Cuando trabajamos en nuestra verdad interior, cuando nos observamos internamente, nos damos cuenta si realmente nuestro estado es uno de amor, tranquilidad y serenidad, o si, por el contrario, es de confusión, impaciencia, disgusto, tristeza. Si nuestra situación es la última, cualquier otra persona que esté en nuestro entorno bajo el mismo estado, va a afectar aún más nuestro ánimo.
No es responsabilidad de los otros cómo me siento, es exclusivamente mi responsabilidad. Al entender esta realidad, nos hacemos dueños de nuestro estado. Nos hacemos conscientes de lo que sentimos, pensamos y hacemos. Cuando nuestro cerebro ve esa verdad, la puede transformar inmediatamente.
Ejemplo:
Estamos en una habitación completamente oscura, no sabemos qué hay en ella y, de repente, pisamos algo largo, blando, frio, con una ligera textura. Nuestro cerebro inmediatamente imagina que es una culebra y sentimos un pánico enorme, gritamos, saltamos, queremos salir corriendo sintiendo que la culebra puede ser hasta más rápida que nosotros. Alguien enciende la luz y nos damos cuenta que lo que pisamos era una manguera. En segundos, nuestro cerebro cambia el pánico por la risa. Regresa la tranquilidad.
A nivel corporativo, familiar, entre amigos, con la pareja, aunque cueste creerlo, no es el estado alterado de los otros el que nos daña el día, es nuestro propio estado el que permite que nos afectemos.
¡Seamos observadores activos de nuestra verdad interior y transformémosla!
¡La transformación es posible!